Varios

Viaje 4 - Destino

En

No sé los demás, pero yo, como cualquier árbol, he empezado a preguntarme por mi destino. Desde que casi todos los años mi amigo, el guarda forestal, pasa por este cuello de bosque, a veces midiéndonos con un mazo, a veces martilleándonos con todo tipo de instrumentos nunca vistos. Intuía que algo se avecinaba. Sobre todo porque a mi primo le había pasado algo parecido. Ya le conocéis. Te hablo de la gran sonrisa de la roca de la colina. La que sonrió por primera vez la punta de su corona cuando el sol de la mañana salió por detrás de la cresta y se despidió de la estrella del día, con sus ramas enrojecidas por el sol poniente. Déjame que te cuente cómo ocurrió.
Debe haber sido hace unos tres años. Desde hace un tiempo, veo a algunas personas alrededor de su regazo. Se acercaban, le daban ligeros golpecitos con un pájaro carpintero, otros con la palma abierta. Escuchaban con la oreja pegada a la corteza, y le daban golpecitos una y otra vez, sin dejar de mirar hacia el pico, que estaba a unos treinta metros por encima del acantilado. No pasó mucho tiempo hasta que, un invierno, llegaron armados con hachas y un hacha, y lo tiraron al suelo. Lo limpiaron de las ramas, que arrastraron hasta el carro, donde lo cargaron en una carreta, luego lo ataron a los arreos de un caballo y se marchó. Se rumorea que lo llevaron directamente a la fábrica de violines.
¿Me ocurrirá lo mismo?
Tengo curiosidad por saber qué más me depara la vida.
En cierto modo, lo sentiría por los amigos que dejo aquí.
Sentía lástima por el viejo padre Martín, que cuando se acercaba a mí se ponía a dos patas, como si quisiera abrazarme, y afilaba sus garras en mi corteza. Luego se iba refunfuñando al frambueso cercano, donde se atiborraba de comida hasta que le dolía la barriga. Volvía lavado y metía la pata en el hormiguero de hormigas que había a mi lado, que lamía para quitarse el dolor de barriga.
Me daban pena las dos ardillas gordas que, mientras mordisqueaban con fruición mis conos, se reían de sus primas de América que no tenían, como ellas, una cola tan maravillosa. También se reían de sus primas grises de la tundra asiática, que no tenían semejante orgullo de pelaje rojo o negro.
Echaría de menos la elegante campanilla de invierno vestida de negro, blanco y rojo que despertaba a todo el bosque con su ruido de ametralladora, cuando se alimentaba mordisqueando nuestra corteza y nos salvaba de los gusanillos y los gansos que pululaban bajo ella, haciéndonos sufrir.
Echaría de menos a la lechuza que, de noche, levantaba el vuelo sin hacer caso desde mis ramas para atrapar entre sus garras a un pobre ratoncillo al que el hambre había expulsado de su madriguera o a algún desdichado vaquero.
También echaré de menos al lince o al lince con su pelaje rayado y la punta de la oreja moteada que, en las noches oscuras, se arrastraba sin ser oído, como un fantasma, para cazar algún pájaro dormido, una ardilla o una cría de ciervo imprudente.
¡Y cuántos más!
Pero, por otro lado, estaba contento.
Por fin me libraré de los gusanos que envolvían mis agujas. También me libraré de la caspa que algunos llaman barba de oso y que estaba secando mis ramas. Me libraré de los ácaros, las moscas blancas y la roya. Ya no crecerá en mi corteza la cowlick o, como se la conoce más comúnmente, la iasca, que me chupa la savia y deja profundas cicatrices.
Y, una mañana de primavera, cuando apenas amanecía, llegaron. Con un gran grito, se adentraron en los abetos, acompañados de caballos pequeños pero fuertes, acostumbrados al bosque. Armados con hachas, hachas de guerra y azadones, se dispusieron a acabar con nosotros. Sólo escaparon los más arcaicos. Cuando nos hubieron limpiado de ramas, hicieron sonar los cuernos. Nos hicieron rodar hasta el arroyo con sus cabras y luego nos arrastraron hasta la carretera con caballos.
¿Dónde iremos a parar?

En espera

Mircea Nanu-Muntean

Mircea Nanu - Muntean nació, como a él le gusta decir, hacia finales de la primera mitad del último siglo del milenio pasado (13 de diciembre de 1948) en Bosanci, condado de Suceava. Es redactor de radio y televisión y productor de "En las fronteras del conocimiento", escritor apasionado de ciencia ficción y miembro fundador de ARCASF (Asociación Rumana de Clubes y Autores de Ciencia Ficción).

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