Varios

Viaje 5 - La espera

Destino

Después de casi un siglo, emprendo nuevas aventuras.
Tirados por los caballos, ayudados por el arroyo, como decía, salimos a la carretera. Allí nos cargan las cabras y partimos hacia lo desconocido.
Tras más de tres horas de cabalgata, colina arriba con las monturas y valle abajo con los puntales -los pobres caballos no eran más que espumas-, llegamos a la orilla del Bistrița, a la entrada del desfiladero.
Olvidé decirte que el comandante del puesto nos acompañó todo el camino. No sé por qué, no queríamos ir a ninguna parte. Pero él tenía sus órdenes. No paraba de refunfuñar por ensuciarse las botas.
Aquí, al borde del agua, más abajo del rebaño de Zugreni, todos, éramos muchos, unos cientos, nos quedábamos hasta el otoño, para alejarnos de la humedad del bosque que nos alimentaba.
Por eso teníamos mucho tiempo para sentarnos a contar historias, a soñar dónde íbamos a acabar y qué nos iba a pasar.
Algunos ya se veían hechos draniță, cubriendo casas de gente o, con un poco de suerte, hasta una iglesia sagrada. O, por qué no, hasta se veían tablones, taquillas y vigas componiendo la casa de un padre de familia. Hubo incluso un germen de disputa entre los nuestros y los que venían por agua de más allá de Cârlibaba, porque no querían ser draniță sino tejas. Al final los calmó un hombre mayor que les explicó que o era draniță o culebrilla, que seguía siendo un demonio, y para apaciguarlos les dijo que todos se convertirían en culebrilla.
Otros también se vieron transformados en mesas, sillas, armarios y camas con colchones de lana y cojines de plumón bajo los que colocaron la orgullosa albahaca para soñar con sus novios.
Había algunos que aspiraban a convertirse en una fuente con pepinos agrios, sólo buenos para comer después de un chindie, o en rosquillas en las que, por la tarde, el ama de casa ordeñaba la vaca rodeada de niños pequeños que esperaban ansiosos la leche caliente y dulce. Y también esperaban conseguir cafés con agua fría de manantial para calmar la sed en los mediodías de verano, o cajitas de mosto agridulce para pincharse la lengua en otoño. Un pequeño número de los más golosos esperaba saciarse con la cremosa nata y la espesa y grasienta mantequilla.
Más lejos, bajo la ladera de la montaña, cerca del arroyo Colbu, había un grupo de personas a las que les habría encantado encontrar libros que contuvieran la sabiduría del mundo o cuadernos para que los más pequeños leyeran y escribieran con la boca.
Otros no tenían tan altas miras. Simplemente querían convertirse en cercas para delimitar los patios de las casas o para separar el patio del pueblo.
Y, como no hay bosque sin bosque seco -me refiero a nosotros, los árboles, no a ustedes-, algunos acabaremos, nos guste o no, convertidos en serrín.
De vez en cuando se dejaba caer por allí mi amigo el festín, acompañado de un anciano poderoso con barba y bigote blancos y una mata de bigote gris que le asomaba por debajo del casco. Más tarde supe que el viejo era el señor Covaliu, el staroste de los balseros. Nos golpeaba, hacía girar a uno de nosotros con su gorra y se iban.
Un día, aún no era mediodía, cuando volvió a venir el festín, acompañado esta vez por unos soldados y dos cabras. Nos dieron la vuelta, nos giraron y eligieron a tres de nosotros, más altos y más delgados. Iban a convertirse en mástiles en el patio de las unidades militares, mástiles en los que ondearía la bandera rumana.
¿Qué me deparará el destino? Me hubiera gustado convertirme en mástil, pero tengo demasiada fuerza de voluntad para eso. En fin, ¡lo que el buen Dios quiera!

Agua

Mircea Nanu-Muntean

Mircea Nanu - Muntean nació, como a él le gusta decir, hacia finales de la primera mitad del último siglo del milenio pasado (13 de diciembre de 1948) en Bosanci, condado de Suceava. Es redactor de radio y televisión y productor de "En las fronteras del conocimiento", escritor apasionado de ciencia ficción y miembro fundador de ARCASF (Asociación Rumana de Clubes y Autores de Ciencia Ficción).

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